OPINIÓN
Así como el crimen perfecto no es aquel que queda sin resolver, sino el que se imputa a un inocente, así la maestría de la desinformación reinante reside en su reflejo opuesto: la sensación de que estamos todos muy bien informados.
La desinformación se caracteriza, en primer lugar, por la falta de información, al menos en su forma pura: pues esta se ha transformado en opinión y, cuando no es así, se la rodea de tal forma de opiniones, que se diría que tienen miedo a que nosotros forjemos una propia. El ejemplo paradigmático se dio en el reciente conflicto de los controladores aéreos (súmmum de objetividad periodística), donde fuimos capaces de escuchar, entre otras lindezas, en boca de profesionales presentadores (y no en una tertulia, sino en un informativo, dando la noticia), las palabras sinvergüenzas y caraduras, no vaya a ser que se nos ocurriera pensar otra cosa si nos presentaban simplemente los hechos (¡qué poca confianza nos tienen!).
Estas opiniones, por demás subjetivas, son un buen reflejo de la pobreza intelectual y de la intolerancia que nos asola: solamente existen dos: una y la contraria. Si bien se escucha, no hay argumento vehementemente defendido en la barra del bar que no haya sido expresado antes (con menos elocuencia y nivel de alcohol en sangre) por algún tertuliano o columnista.
Además, este exceso de información es, en realidad, defecto, ya que en la mayoría de los casos no se trata de aportar nuevos datos, sino de repetir los ya conocidos hasta la saciedad. Pero eso sí, en televisión, no me quites ni un segundo de los 15 ó 20 minutos de fútbol (ni siquiera de deporte).
Un ejemplo divertido de desinformación se suele dar con los porcentajes. Cada vez abundan más las noticias que incluyen uno, pero se olvidan de mencionar cuánto es el 100%, por lo que el dato carece de relevancia. “El 85% de los encuestados cree en los hombres-lobo”, pero, ¿cuántos son los encuestados? ¿20, 50.000 ó 3 millones? El número de creyentes varía la de Dios.
Otro ejemplo de la falsa variedad informativa es la constatación de que las noticias son las mismas en todos los medios (es comprensible la coincidencia en los grandes temas, pero sospechosa en los pequeños), y las opiniones unánimes acerca de no pocas de ellas. Baste recordar la respuesta del profesor Vicenç Navarro a pregunta de El ojo del cocodrilo en una reciente conferencia en Oviedo: en ningún gran país democrático los grandes rotativos habían coincidido en su enfoque a las medidas (neoliberales) anti-crisis del Gobierno; en España, sí: todos las apoyaron.
En mi opinión, este déficit informativo se debe, en última instancia, a la necesidad de vendernos algo (un presidente, un candidato, una forma de vida...) que tienen los dueños de los medios de comunicación. Todos, por lo demás, coinciden en una venta común indispensable: la del miedo. Ese que nos haga darnos cuenta de que tenemos que trabajar más, en peores condiciones, cobrando menos, y dar las gracias por ello.
Cuánta razón tienes (no el periódico), y cuántas razones en tan poco espacio para plantarse de una vez. Pero así está el mundo (tampoco...) y me temo que el 100% de las personas que he consultado no harán nada al respecto. Por otra parte ayer, en este país ( ¡y dale!...) Villa superó a Raúl, y ya iba siendo hora. Y, a todo esto, ¿de qué estábamos hablando?
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