El 26 de septiembre de 2012, en
el minuto tres del partido que enfrentaba al Nápoles y la Lazio , el delantero Miroslav
Klose marcó un gol con la mano que adelantaba al equipo visitante. Como ocurre
a menudo en los partidos de fútbol, el árbitro no vio la infracción y dio el
tanto por válido. Como ocurre no tan a menudo, Klose reconoció su falta al
colegiado y, finalmente, este anuló la jugada. El equipo local acabó ganando
ese partido por tres goles a cero.
La noticia fue reseñada por los
periódicos con titulares de honradez y caballero, y por cierto que le valió a
Klose premios a la deportividad y el juego limpio. No era la primera vez: en 2005, y también con
0-0 en el marcador, consiguió que el árbitro anulara el penalti que acababa de
señalar, y que el portero no le había hecho.
Sin embargo, es muy probable que usted
acabe de enterarse de esto. Menos probable es que no haya visto ensalzar hasta
la saciedad el gol de “la mano de dios”, o que jamás haya escuchado eso de que
el fútbol es para listos. Periodistas y aficionados extasiados no se cansaron
de elogiar la viveza de Raúl o la pillería de Messi cuando marcaron un gol con
la mano y, a continuación, lo celebraron como si tal cosa.
El fútbol es una metáfora de la
vida, y en ocasiones tenemos la vida que nos merecemos. Los modelos de nuestra
sociedad son el empresario y el banquero que más ganan, no los que hacen bien
las cosas. Estos también existen, pero es probable que tampoco haya oído hablar
de ellos: no los consideramos triunfadores.
Cuando reconoció que había
marcado su gol con la mano y el árbitro lo anuló, una nube de jugadores se
apresuró a felicitar a Klose: todos eran del equipo contrario. La nube de los
jugadores de su equipo, que una verdad antes lo envolvía en abrazos, se había
evaporado. Así en el fútbol como en la vida, tendemos a dejar solo, aislado, a
aquel que actúa demasiado correctamente.
Es seguro que Klose pasará a la Historia del deporte: a día de hoy, es el segundo máximo goleador de los Mundiales, con 14 tantos en su haber (a uno del brasileño Ronaldo) y posibilidades de convertirse en el primero. No lo hará, sin embargo, por algo mucho más importante, a menudo olvidado hoy en día, cegados como estamos –así en la vida como en el fútbol- por el falso baremo de la victoria y la derrota: saber a qué estamos jugando.