La Frase: "Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres". Pedro Casaldáliga

lunes, 30 de enero de 2012

Elecciones anticipadas en Asturias: "Es mi scattergories y me lo llevo"

OPINIÓN

Los asturianos somos así de chulos. Si Asturies ye España y lo demás tierra conquistá, los políticos asturianos son lamentables y los españoles meros aprendices de estos (vale; algunos, como los valencianos, alumnos aventajados).

Pues sí, resulta que los jovellanistas de nuevo cuño, esos modelos de buenas palabras y mejores maneras, han sido incapaces –su responsabilidad, como partido gobernante, era mayor- de alcanzar un acuerdo para sacar adelante los Presupuestos Generales del Principado. Aún más, han sido incapaces de alcanzar acuerdo alguno. Puro jovellanismo, vamos: o se hace lo que yo digo (aunque esté en minoría, recordémoslo: 16 diputados de FAC, por 29 de asturianos a los que NO les FACe gracia votar a Cascos), o aquí hay un complot judeomasónico contra la causa de la verdadera Asturias (¿dónde habré oído yo esto antes? Calla, calla, Garzón; no contestes).

Tiene gracia (en el fondo, son unos cachondos) que el casquivano Presidente del Principado se enarbole ahora en la bandera de “a mí no me interesan los cargos, sino el bienestar de los asturianos”, cuando ha estado ¡¡¡6 meses!!! sin hacer absolutamente nada por Asturias (ni siquiera echar a Cienfuegos), por un mero interés partidista: no quitarse la careta antes de tiempo, es decir, antes de las elecciones generales, con la esperanza de sacar un gran resultado, que luego no fue tal.

Lo más lamentable del asunto es que al otro lado del naufragio las expectativas no son mucho mejores. Javier Fernández, el líder (es un decir) del PSOE, fue incapaz de –o no se atrevió a- presentarse como candidato en la sesión de investidura a Presidente del Principado, a pesar de haber sido el político más votado por los electores. ¿Para qué se presenta entonces? Sin olvidar los múltiples lastres del partido, como el que afirmó, todo gallito, tras votar para aupar a un diputado del PP a la Presidencia de la Junta, que lo hacía por evitar un mal mayor (?), y olvidándose (¡ay!) de que podía haber votado a Izquierda Unida, o incluso –llámenme radical- presentar candidato y esperar que le votara Izquierda Unida o, al menos, perder conservando algo de dignidad ideológica (que sí, que estoy de coña; me han pillado).

En cuanto al Partido Popular, sus resultados y su candidata hablan por sí solos, así que, ¿para qué insistir? De Izquierda Unida, y ya puestos a rajar, no habla nada bien el hecho de haber obtenido solo cuatro escaños, a pesar de la derechización del PSOE (cuenta la leyenda que el PSOE se fue tan a la izquierda que apareció, como el comecocos, por el otro lado).


Resulta extraño, por lo demás, que el cascarrabias Presidente del Principado no haya entendido lo que tan bien nos llevan explicando durante años el resto de comediantes: que lo que los mercados (¡alabados seáis, oh dioses!) necesitan para recuperar la confianza es estabilidad, tranquilidad, y recortes. Todo parece indicar que la nueva convocatoria de elecciones y el subsiguiente proceso nos llevará a enlazar, entre unas cosas y otras, un año entero de desgobierno, ¡y así no hay quien recorte en paz!

Se oyen voces críticas en el Principado acusando a la derecha asturiana de haber sido incapaz de llegar a acuerdos para gobernar. Efectivamente: FORO, PP y PSOE no han estado a la altura de las circunstancias. A pesar de estar de acuerdo en lo esencial (recorta cuanto puedas, no hay alternativa, es lo único que se puede hacer, más se perdió en Cuba, etcétera), sus intereses personales, sus vedetismos y sus vendettas han podido más que la mínima dignidad de, al menos, aparentar que los ciudadanos asturianos son lo más importante del asunto. Para ellos, no. Dueños de su scattergories, están dispuestos a abandonar la partida si no admitimos las palabras que nos quieren imponer. Con todo, parece improbable, a estas alturas, aceptar Cascos como sinónimo de Jovellanos.  

Lo más triste de todo es que al final van a tener razón aquellos que echan la culpa de la crisis a los ciudadanos de a pie, por vivir por encima de sus posibilidades. Así, desde luego, nos ha pasado en Asturias: nos hemos creído que votábamos a unos políticos (de cualquier signo) serios y responsables, para que nos resolvieran los problemas, y no han hecho sino crear más.

Los asturianos somos así de chulos.

martes, 24 de enero de 2012

"Oro negro" en Cines Yelmo: falta de respeto al cine, al público, y al cliente

Hechos reales

Hoy fui al cine con la intención de ver “Oro negro”, la nueva película de Jean-Jacques Annaud. Digo con la intención porque me quedé con las ganas. He aquí los hechos.

Lugar: un cine perteneciente a la cadena Yelmo Cines (no se trata aquí de criticar la actuación de un trabajador en particular, sino más bien de analizar una tendencia y lo que, muy probable –y lamentablemente-, sea una política de empresa).

No bien comienza la proyección –es un decir-, me encuentro, dentro de la pantalla, con un rectángulo (que no ocupa toda la pantalla ni mucho menos) en el que aparecen las imágenes. Tampoco se trata de un rectángulo perfecto, ya que la combada parte superior permite observar una molesta perspectiva, como si en lugar de en una superficie plana, las imágenes fueran proyectadas sobre una semiesfera, y mandar cualquier atisbo de formato racional a tomar viento. Créanme, no soy un tiquismiquis que monta el pollo a las primeras de cambio. He asistido impertérrito a numerosas proyecciones con fallos de diversa índole, aunque de menor importancia. Pero esto era demasiado.

Así que allí estaba yo, habiendo pagado seis euros (gracias a la fabulosa tarjeta Yelmo, la cadena de los amigos del buen cine) por ver una película con una calidad menor de la que podría obtener en cualquier televisión medio decente de nuestros días. El ardor que me invadió fue tal que, tras tratar de convencerme de que no era para tanto, fracasé y, como a los cinco minutos, salí de la sala en busca de algún responsable.

Fuente: europapress.es
             Creo que expliqué bastante amablemente y sin ninguna acritud lo que me sucedía, a el/la responsable de la entrada, que llamó a la (o quizá el) gerente del establecimiento. Volví a explicar el asunto, diciendo que si venía al cine era precisamente para ver las imágenes con una cierta calidad visual (cosa ya bastante absurda, lo reconozco, en un mundo donde el formato cinematográfico ha sido sustituido -¡en los propios cines!- por el digital, o sea, el mismo del que podemos disfrutar en nuestra casa). Mi pretensión no era desorbitada; como ya barruntaba problemas, lo único que pedía –habrían transcurrido unos diez minutos, alegué- era que se me devolviera el dinero.

La Gerente entró conmigo a la sala, y no hicieron falta ni dos segundos para que se “escandalizara” con lo que vio en la pantalla, y me asegurara que eso no era normal. Ahora mismo iba a llamar al cabinista. Tras hacerlo, me dijo que, efectivamente, esa cámara (¿no sería más bien cañón?) tenía un defecto, que hacía que el objetivo se contrajera cada cierto tiempo, y no sé cuántos más términos técnicos. Que arreglarlo llevaría mucho tiempo, toda la gente tendría que salir y, obviamente, no lo iban a hacer. Pregunté entonces si reconocía que había un fallo de proyección. Me dijo que sí. Perfecto.

Me ofreció ver otra película o devolverme el dinero. Opté por la segunda opción. Ahora comienza lo surrealista. Cuando le pregunté si a mis dos amigos que permanecían en la sala se les devolvería también el dinero si se iban, me dijo que no; ¡que sólo a mí! Argumentó que estaban viendo la película, repliqué que con el mismo defecto que yo; me dijo que lo que no iba a hacer era devolverle el dinero a todo el mundo que ahora decidiera salir (¿Y por qué no? Irían unos quince minutos de película, habría unas ocho personas en la sala y –lo más importante- me acababa de reconocer que la película estaba siendo proyectada defectuosamente a sabiendas). Al final, pareció aceptar.

Con un cierto tono de desagrado (o quizás de esperanza) en su voz, me dijo que para devolverme el dinero debía darle la entrada. Razonable la petición, no tanto el tono (¿alguien con dos dedos de frente pensaría que una persona sin entrada iba a protestar por la calidad de la proyección?). Entré a la sala para recoger la chaqueta y fracasar en la propuesta de que mis dos amigos me acompañaran (verdaderamente, hay personas que tienen mucho aguante).

Acompañé al gerente hasta la taquilla, y mientras por el camino se aseguraba de los descuentos o bonos que había utilizado para sacar la entrada (¡ni un céntimo al traidor!), me devolvió los seis euros que había pagado, como quien da limosna a un leproso, con el brazo estirado y el desprecio de quien te concede una dádiva por su gracia divina. Ciertamente, había algo de fastidio en su voz, de incomodidad (nada de amabilidad y disculpas; ni una), como si yo estuviera cometiendo algún delito por no aceptar de buen grado un producto altamente defectuoso.

Cuando bajábamos por las escaleras mecánicas, pregunté:
-Y dado que se sabía que esa cámara está defectuosa   -así me lo había dicho-, ¿no sería mejor avisar?
-No, no, si está avisado –respondió.
-Me refiero a la gente –aclaré inútilmente-. Lo digo porque yo, por ejemplo, de haberlo sabido, no me hubiera molestado.
-Ah, bueno, la gente… -deslizó con cierta sorpresa.
No hizo falta que acabara la frase, mi cerebro la completó al instante: LA GENTE TRAGA CON TODO.

Y así nos va.