La Frase: "Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres". Pedro Casaldáliga

jueves, 16 de enero de 2014

Luna de chocolate blanco

HECHOS REALES
 
     Apareció esta tarde, que fue una tarde mágica. Casi todas lo son, pero andamos tan apurados y preocupados por minucias que no nos damos cuenta. No me pasó a mí hoy: fui muy consciente desde el primer momento.

 
Desprovisto de móvil, tablet y portátil, como un ingenuo salvaje recién llegado al mundo, mientras corría por el paseo de la playa –ida- pude ver, al fondo, los rayos de sol reflejados en un edificio acristalado: cinco tentáculos de luz que convertían a la construcción en un pulpo fantasmagórico, brillante, magnífico. El espectáculo era soberbio y, según mi cronómetro, daba ánimos: acrecenté mi ritmo y reduje los tiempos por kilómetro, como quien quiere alcanzar ese amor largamente soñado y, tan fugaz, que se presenta de repente y cuando uno lo mira por segunda vez ya no está.

 
Cuando llegué no había pulpo alguno, sólo un edificio acristalado al que miré con el desdén con que mira un joven a una estrella olvidada de cine. No me desanimé: hacía solo unos minutos había sido testigo de una visión sublime. Mantuve el ritmo porque, ante todo, soy un deportista, y mi tesón atlético tuvo enseguida nueva recompensa.

 
Mientras corría por el paseo de la playa –vuelta- pude ver, al fondo, un cielo anaranjado tan ostentosamente bello, que parecía el resultado de una confabulación teatral entre nubes y puesta de sol, dispuestas a interpretar juntos las obras de Van Gogh, de Turner y de Friedrich, y a superarlas. A esa altura, yo no tenía ya ninguna duda sobre lo extraordinario del día y, consecuentemente, me tomé un momento para sentirme bien. Me fue fácil, porque a la contemplación de aquella acuarela celestial, sumaba la velocidad de mi buen ritmo, una canción de Luis Eduardo Aute –soy un ingenuo salvaje con MP3- y el aire fresco proveniente del mar en mis pulmones. Hay días en que la vida va de fina.
 
 
En el deporte, como en el sexo, la belleza acelera los procesos: me vine arriba y terminé mi entrenamiento como un expreso que llega adelantado. Cuando el reloj marcó doce kilómetros, apreté el botón y aflojé el paso. Entonces sucedió. Lejos ya de la playa, rodeado de edificios, carreteras y coches, sentí la extraña necesidad de mirar atrás, como quien se siente observado por unos ojos clavados en la nuca.

 
Y allí estaba ella: blanca, radiante, inmensa. Una luna gigante, tan grande en su perfección de atardecer, que parecía coronar un edificio que estaba a tan pocos metros de mí que estuve tentado de acercarme con una escalera y quién sabe. Una luna que de inmediato se me presentó –tal era la delicia por la que suspiraban mis ojos- como una enorme galleta de chocolate blanco.

 
Claro que otras veces se me había ocurrido pensar en la luna como en una galleta, pero se trataba más bien de una de manteca de cerdo, o una almendrada, a lo sumo una pasta de té de las cinco. Sin embargo, la luna de ayer -escribo lento- tenía un aspecto tan cósmicamente único, que solo me viene al teclado el chocolate para hacerle justicia.

 
Ya de noche, volví a salir. Y esta vez sí que me detuve, saboreando el momento, cuando la descubrí de nuevo, más brillante en el cielo nocturno, mirándome con sus ojos de luna. Parecía saludarme, como una vieja amiga, pero había algo de orgullo y de cautela en su actitud, como si me dijera a través de la distancia, escoltada por las nubes que de un instante a otro iban a ocultarla: “Mírame y no me toques. Pero mírame. ¡Y ni se te ocurra darme un mordisco!”.


1 comentario:

  1. Carlinos, estás que te sales, romántico, llambión (no se si se escribe así), enamoradizo y sobre todo DEPORTISTA. Me reitero: Yes un fenómeno. Abrazos

    ResponderEliminar