CRÓNICA
La invitación
ponía (lo prometo) “homenaje a Michael Haneke”, pero, a tenor de lo visto, un título
más adecuado hubiera sido “Homenaje a nosotros, que lo valemos. Vendrá Haneke”.
En efecto, el esperpéntico y ridículo acto celebrado ayer en el Teatro
Jovellanos será recordado porque, teniendo en el escenario a una figura
cinematográfica de talla mundial, el presentador y los intervinientes optaron
por descubrir a los integrantes del público (pobres mortales) lo inteligentes,
cultos, refinadísimos y supermolones que eran el presentador y los
intervinientes. No es de extrañar: el acto estaba organizado por la Fundación Príncipe
de Asturias, cuyos premios se caracterizan por adquirir prestigio a costa del
premiado, y no viceversa.
Presentó
la velada el editor alemán Hans Meinke, miembro del jurado que en esta
edición de los premios concedió el de las artes al director austriaco. Un
hombre encantador este Meinke, que se gusta tanto pronunciado a la perfección apellidos
diversos que hasta se le perdona que la primera vez que mencionó al invitado
estuviera a punto de pedir una Heineken (rectificó a tiempo y se interrumpió;
bien mirado, su docta sapiencia casa mejor con un buen whiskey de doce años). También
se gusta el tal Meinke hablando en general, y así se explica que la primera
pregunta tuviera aproximadamente una duración de doce minutos, por unos dos de
respuesta del supuestamente homenajeado (proporción pregunta-respuesta que, por
lo demás, se mantuvo durante todo el acto).
El
tono del evento quedó marcado desde el inicio por el nada pretencioso
título-homenaje del video que recogía imágenes de algunas de las películas del
premiado: “Fragmentos de un relato incompleto sobre una filmografía que
piensa”. Ahí queda eso. A profundo no nos vas a ganar tú, Michael Haneke de los
demonios, que somos los de los Premios Príncipe.
Y
a inteligente tampoco, debieron de pensar. Así, cada maratón-pregunta (la
preparación debió de ser durísima) incluía al menos tres o cuatro nombres de
artistas o pensadores relevantes de reconocido prestigio; desconozco los
estatutos de la Fundación ,
pero es posible que los mismos obliguen a tal artificio. Por otra parte, no he
visto jamás un homenaje donde se diluya tanto al homenajeado entre (cito de
memoria) Platón, Aristóteles, Goya, Antonio Saura (y su hermano Carlos), Moravia,
Pasolini, Cavafis, Octavio Paz… y bastantes nombres más que no recuerdo. Por
suerte, cada sprint-respuesta del invitado (la sencillez y cercanía de Haneke
contrastaban con la pedantería elitista de sus entrevistadores) ponía un toque de lucidez a la
noche y, en no pocas ocasiones, las cosas en su sitio.
Por
ejemplo, cuando la también cultivadísima (no iba a ser menos) profesora de la Universidad de Oviedo
Margarita Blanco Hölscher dio paso a la escena de la decapitación de un gallo
-perteneciente a la película Caché,
en cuyo desarrollo tiene sentido; pero que mostrada así, aisladamente, no está
lejos de la violencia gratuita, de consumo, que Haneke no se cansa de
denunciar- para, a continuación, dar una clase magistral sobre los gallos:
tipología (símbolo extraoficial francés), significado del término (galo, en
latín), la Francia
colonial (¿posibles integrantes de la
Legión extranjera?), la inmigración (¿gallos ilegales?) y, en
definitiva, no hacer ninguna pregunta al respecto (“por supuesto no le voy a
pedir que me afirme ni me desmienta [esta simbología]”), ¡qué vulgaridad!
¡hasta ahí podíamos llegar! Cuando le llegó el turno al homenajeado (sin duda
el traductor al alemán se ganó ayer el sueldo), restableció la realidad de
golpe, afirmando (para alivio de los presentes, exteriorizado en forma de
aplausos) que, sencillamente, una paloma era una paloma, y un gallo… pues eso,
un gallo.
Lo
mejor, sin embargo, estaba aún por llegar. La aparición de Jordi Costa y Jordi
Balló, crítico y gestor cinematográficos respectivamente y al parecer. Al
principio pensé que, hábilmente, habían pactado previamente los papeles de
crítico listo y crítico tonto, para confundir a Haneke y obligarle a confesar
sus traumas más profundos, pero cuando hablaron los dos deseché esta idea, o
bien me dije que se habían liado con los roles, adoptando ambos el mismo.
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El director de La cinta blanca junto a tres de los homenajeados anoche, de izquierda a derecha: Hans Meinke, Jordi Balló y Jordi Costa. |
Costa
tuvo la originalísima y audaz idea de preguntarle a Haneke (cuya expresión de estupor
con cada pregunta iba en aumento) por el sentido del humor en su cine. ¿Quién
no se ha desternillado con Funny Games,
o no ha dejado de reír durante los cachondos acontecimientos que tienen lugar
en Amor o en La pianista? La respuesta del director, lacónica y certera: “No se
le pueden pedir peras al olmo”.
Pero
fue Jordi Balló, sin duda alguna, quien mejor plasmó el espíritu de la noche y
del acto. Profundo conocedor de la obra de Haneke, sin duda, pero hombre
tremendamente tímido, al parecer, ya que para atreverse a llegar a preguntar
tuvo que dar un rodeo por la provocación, por los beneficios de la provocación,
por la provocación benefactora, por Alberto Moravia, por Pasolini, por Cavafis
(ah, Cavafis) esperando a los bárbaros, por… Lo malo fue que cuando por fin
terminó, Haneke no solo no oyó ninguna pregunta (yo tampoco), sino que puso en
palabras lo que su cara –y la de la mayoría del público- reflejaba hacía ya
tiempo: “no entiendo lo que me quiere decir”… Sí, con razón es considerado un
buen conocedor de la realidad de nuestro tiempo. ¡Gracias, maestro!
Todo
esto, aderezado con agudos comentarios del moderador, Hans Meinke, que hasta
por tres veces mostró sus profundos conocimientos sobre la filmografía del
director diciendo (las tres veces) que “mostraba una visión tierna de la
inmigración y los inmigrantes… y también de los niños”. Sin comentarios (me
cuesta, me cuesta, no se crean).
Sin embargo, al césar lo que es del césar, fue el propio Meinke quien, en un acto de lucidez, tuvo la mejor ocurrencia de la noche: dar por finalizado (sin duda prematuramente) el diálogo… diálogo no es la palabra… sí, ya lo tengo: dar por finalizados los monólogos de los Jordis ante Haneke.
Sin embargo, al césar lo que es del césar, fue el propio Meinke quien, en un acto de lucidez, tuvo la mejor ocurrencia de la noche: dar por finalizado (sin duda prematuramente) el diálogo… diálogo no es la palabra… sí, ya lo tengo: dar por finalizados los monólogos de los Jordis ante Haneke.
En
fin, no todo va a ser criticar. El acto contó también con música en vivo,
incluyendo un delicioso fragmento del trío número 2 para piano, violín y chelo
de Schubert, interpretado brillantemente por Marta García Tejido, André Rey y
Guillermo López. Como bien dijo el propio Haneke, sólo por ese momento ya mereció
la pena acercarse ayer al Teatro Jovellanos de Gijón. También por su presencia
y sus palabras (las pocas que le dejaron decir). Y, cómo no, por los verdaderos
homenajeados de anoche (a mí no me la dan): Hans Meinke, Margarita Blanco,
Jordi Costa y Jordi Balló. ¡¡Gracias a los cuatro y enhorabuena!! Sin duda,
estáis a la altura del Príncipe.
Coño... menudos tajazos, lleven más puñalaes que Julio César.
ResponderEliminarOjo con el cocodrilo, que muerde.
ResponderEliminarLa verdad que este tipo de eventos invitan al baboseo y pedanteo por sí mismos.
Ni puta idea de quien yera Haneke (con palillos!!!), pero he descubierto, no se si agradablemente que he visto varias de sus pelis: Caché (un callo del carajo), Funny Games usa07 (con (mi) Naomi y mi segundo gangster favorito), lo que pasa cuando tan tola semana falando dalguien, te importa un carajo y sólo descubres quién es cola wikipedia, magna obra, jeje...
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