La Frase: "Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres". Pedro Casaldáliga

jueves, 29 de enero de 2015

Desde otro ángulo



Los demonios atacan cuando menos te lo esperas.


A veces se les ve venir, porque aunque agazapados y de camuflaje, son muchos años y hemos aprendido algunos de sus trucos, de tal forma que la pintura o las hojas que ellos creen el no va más, son en realidad un rascar en nuestra puerta de las alarmas, que acaba cediendo porque, al fin y al cabo, las puertas están para abrirse, y si la hay es porque nuestra alma o nuestro corazón o, lo que resulta más doloroso e incomprensible, nuestro cerebro, decidió en su momento recortar el presupuesto cuando estábamos construyendo un sólido muro que debía protegernos ahora.

 
Pero los demonios son listos (son muchos años, y conocen todos nuestros trucos) y buscan las puertas en el muro, la cerradura en la puerta, la llave en los bolsillos de nuestra mente. Ya digo, a veces se les ve venir.

 
Otras veces irrumpen sin aviso, como quien llega después de unas largas vacaciones alterando el orden del día y de la oficina, con su camisa estampada y sus bermudas de fantasía frente a la fría realidad de las pantallas de ordenador y los teléfonos. Este tipo de ataque es el que más duele, ya que suma la sorpresa a lo desagradable y no respeta nada, ni tempos ni lugares, pues tan pronto nos encuentra tomando el té de las cinco, como en medio de un cumpleaños o entre unas risas con los amigos, en un momento tan hasta hace un minuto y que ahora ya.
 

Nosotros lo llamamos bajón (es sabido que no hay cosa que más fortalezca a los demonios que nombrarlos) y con firmeza negamos conocer el origen, o le atribuimos causas etéreas. Mentimos en ambos aspectos, porque después de todo no nos apetece aceptarlo ni explicarnos una vez más algo que ni nos gusta ni nos conviene.

 
A veces, en presencia de uno, los demonios atacan a una persona que nos importa (¿cómo podríamos notarlo si no?) y vemos reflejados en su reacción y en sus maneras la beligerante ofensiva y el encaje. Uno piensa que los demonios son insaciables, y se siente dolido e impotente, pues si bien conoce a los suyos, apenas sabe nada de los ajenos, lo que dificulta la tarea de rescate que se quiere ejercer a toda costa, casi siempre con pobres resultados y a lo sumo alusiones a causas imprecisas.

 
Entonces, como resultado de ese primer ataque, y a pesar de la evidente falta de comunicación entre tropas, uno siente, como coordinados por un general invisible –pero esta vez es de las que se ve venir- los movimientos en las filas de sus personales e intransferibles enemigos, y el traqueteo de un mecanismo de sobra conocido. Antes de que los demonios ganen esta batalla (es indudable), uno no sabe si adelantarse a la tristeza por descubrir una falla más en sus defensas, ya de por sí frágiles, o esbozar una sonrisa porque, al fin y al cabo, aunque levemente, aunque confusa y etéreamente (¿cómo si no?) uno se siente perteneciente a un bando, y quizás algún día se termine la guerra.
 
 

3 comentarios:

  1. Otros demonios -perezosos- tocaronte l'añu pasáu que pasástelu enteru con un artículu... hay que seguir escribiendo coses como éstes que mos faen a toos (casi, Bru nun cuenta...) pensar no importante de la vida...

    ps Bru nun t'enfades que sólo ye broma, sólo ye gracia, sólo con tilde, jodete Academia...

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  2. Rufo Borrico d´ Antón31 de enero de 2015, 8:30

    Me congratula la vuelta a la carga del incombustible ojo. Se agradece que haya dejado su siesta temporal para iluminar con su ojo bien abierto nuestro prosaico y poético camino

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  3. Regreso por todo lo alto, además.

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