La Frase: "Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres". Pedro Casaldáliga

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Una nueva vida

RELATO

Había leído cosas así de pequeño. Cuentos de Philip K. Dick. Cómics. Había visto películas. Como todos –o más que  ninguno-, había fantaseado. Pero esto era real.

Hace no tantos años (¡pero tan lejos!) el procedimiento al que ahora iba a someterse se hacía de forma rudimentaria e incompleta. En esencia, se enunciaba con las palabras comenzar una nueva vida, y consistía en hacer borrón y cuenta nueva, mirar hacia delante, tragar saliva, apretar los dientes y otros tópicos similares.

Ah, las nuevas generaciones. Demasiado frágiles para soportar la carga del pasado, decidieron borrarlo. Llevó tiempo, algunos escándalos y un premio Nobel, pero al final se hizo.

Cuando lo anunció en la cena de Nochebuena con su mejor sonrisa, las palabras utilizadas fueron muy otras: “Voy a formatearme”, dijo. Y un silencio que había esperado mil años para hacer su entrada lo invadió todo. Un tenedor rebelde cayó al suelo y, abierta la brecha, improperios y palabras de incredulidad desembarcaron. También, miradas cómplices entre sus familiares. Finalmente, saltándose las redes que estas habían tejido, su padre, hombre poco amigo de las nuevas tecnologías (se definía a sí mismo como de la generación de la tostadora), estalló: “Te están timando”. Y a continuación, entre calada y calada a su vieja pipa, explicó.

Le pareció una trama tan pueril que se enterneció. Pero pretender tales errores en un sistema largamente probado como infalible, no revelaba sino el cariño que le profesaban y la preocupación, a su modo de ver, infundada. En efecto, hacía muchos años que la gente, especialmente los más jóvenes, formateaba al gusto la memoria. El procedimiento era sencillo: se hacía una copia de seguridad, se borraba lo inconveniente, lo no deseado, incluso lo pensado pero no hecho; se conservaba lo agradable, lo mágico, incluso lo hecho sin pensar. La técnica se había desarrollado en extremo, y si bien al principio se estigmatizó como una solución de débiles, ya entonces -¡oh tiempos, oh modas!- se había generalizado su uso. ¿Por qué sufrir? ¿Por qué recordar?

Ilustrador: Aurelio Lorenzo Pérez

Cuando se presentó en la consulta del doctor Ingelson, este lo miró con asombro. Lo llamó por su nombre, le dijo pase, lo sentó en un sillón y le contó la historia de su vida. “Lamento negarme a aceptar su dinero, pero tengo una ética. Créame, de nada servirá con usted. Es la cuarta vez que requiere mis servicios”. Confuso, porque juraría que era la primera vez que hablaba con alguien que conocía al detalle sus pesares, trastabilló hasta la puerta.

Ya cerraba esta cuando el doctor Ingelson, hombre poco dado a confidencias, le encaró. “Permítame que le admire. Debió usted quererla mucho”. Y antes de que dos lágrimas que llevaban veinte años esperando pudieran por fin salir de sus ojos, volvió a su agenda y a su siguiente cita.

No tuvo más remedio. A la antigua usanza (en el rostro de su padre el orgullo), en la cena de Nochevieja anunció su propósito de iniciar una nueva vida. Tragó saliva, apretó los dientes, miró hacia delante e incluso, y no sin gran esfuerzo por su parte, logró hacer una cuenta nueva, en la que el doctor Ingelson le ingresó, gustosamente, los gastos de sus tres fallidas operaciones.


4 comentarios:

  1. Buenisimo, has vuelto!!!!

    ResponderEliminar
  2. Rufo Borrico d´ Antón26 de septiembre de 2012, 12:39

    Me da que esta máquina ya está inventada, algún político ya la usó ejejejejej. Muy buen relato.

    ResponderEliminar

  3. Muy bueno, me gusta un montón.

    ResponderEliminar