RELATO
Mi situación era desesperada. El director del banco, sin duda conocedor de mis penurias, me citó a las nueve y media en su despacho. Presumo de ser hombre metódico, pero ante el crédito astronómico que se me ofrecía, admito que el deseo y la fantasía se antepusieron a la razón. La hipnótica mirada del director me hechizó hasta el punto de considerar como lo más normal del mundo el socio que lo respaldaba y el único aval que se me exigía. Firmé sin oponer resistencia.
Salí del banco pletórico, seguro de haber metido un gol por la escuadra a un gran cancerbero, pero toda victoria es efímera. Mientras reflexionaba sobre la frase sabe más el diablo por viejo que por diablo, me dije que si desconocía mi secreto, sin duda el banco tendría asesores capaces de hacérselo ver, y tal unión de fuerzas me pareció auténticamente demoniaca.
Sí, ciertamente han de saber lo que yo consideraba mi gran triunfo: que no tengo alma. No quiero ni pensar la de recortes que harán por mi culpa cuando finjan que lo descubren.
Sí, ciertamente han de saber lo que yo consideraba mi gran triunfo: que no tengo alma. No quiero ni pensar la de recortes que harán por mi culpa cuando finjan que lo descubren.